Vivificar nuestra zarza ardiente interior
En muchas representaciones de Pentecostés se
ven dibujadas unas llamas de fuego encima de los cabezas de los discípulos.
Parece como si estas llamaradas han caído del cielo, desde fuera…
Pero tengo la profunda convicción que estamos
habitados por el Espíritu Santo desde el principio de nuestra existencia. Somos
Templo del Espíritu Santo: todo ser humano está habitado por Él. Es un don, es
algo dado con nuestro ser. No depende de haber recibido el bautismo, o de
celebrar una fiesta.
El texto de los Hechos de los apóstoles nos
dice: se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba
fuertemente, y llenó toda la casa (Hch 2,2). En nuestro interior hay
una zarza ardiente, un “yo soy”, y cuando sopla el viento, se
enciende. Las llamas de Pentecostés vienen de nuestro interior.
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Ilustracion del libro Andadura Pascual de Alfredo Rubio |
La fiesta de Pentecostés nos invita a
desenterrar nuestra zarza ardiente interior, y dejar que el soplo la vivifique.
Hemos recibido con nuestro ser todo lo que necesitamos para santificar el
mundo, para inundar el mundo con el fuego del amor. La zarza del Horeb no se
consumió; nunca se apagará. Por ello siempre hay esperanza que nuestros
corazones ardan, y nos impulsen a trabajar para una nueva humanidad.
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Imagen Ana Maria Ollé Mosaicos Cueva de Manresa |
Fuente: Colegiatacieloenlatierra
Meditación (video)
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