OCTUBRE 2019





EL ROSTRO COMO ICONO



Paseo por las calles otoñales pisando las primeras hojas caídas de los árboles. Desde los escaparates, llenos de delgados maniquíes, esquivan mi mirada las fotografías de jovencitas que lucen prendas de última moda con mirada ausente y aire levemente malhumorado. El mismo gesto de incomprensible desencanto con que suelen aparecer en las pasarelas y en las secciones de moda de revistas y semanales de periódicos. Esa general melancolía resulta tan inadecuada a los elegantes vestidos que llevan como a su aparente bienestar. Así, en el caleidoscopio de la publicidad, el cuerpo y el rostro femeninos se multiplican bajo el prisma de una eterna primera juventud escasa de carnes y de alegría. 


A esa luz, muchas mujeres de a pie temen mirarse al espejo y afrontar cuán poco se parecen a tan exiguo modelo de belleza. Casi cualquier rostro de carne y hueso resulta tosco y sin gracia comparado con aquellas facciones regulares de labios displicentes. Ante el espejo, pocas pueden evitar un cierto desagrado al constatar las impúdicas pisadas que la vida les ha dejado bajo los ojos, en las mejillas y en el cuello; líneas que sólo podrían ser borradas por arte de bisturí. Pero... ¿serán más bellas, efectivamente, sin esos rastros que han configurado su persona, su historia personal, su modo de vivir la vida?


¿Y si uno se atreviera a mirarse, no a la luz de aquellos estrechos esquemas de belleza, siempre excluyentes, sino al calor de la portentosa realidad de simplemente ser? ¿Es que el hecho de vivir no es causa suficiente para que brote la sonrisa? ¿Tendremos el valor de mirarnos a los ojos, sin condiciones ni prejuicios, maravillándonos de poder decir yo?.  ¿Por qué dejamos que sean otros quienes nos convenzan que sólo somos dignas de amor si nos parecemos a quien no somos? ¡Qué pobre espejo, el espejo convencional de cualquier moda! ¡Qué misterio en cambio cada rostro, icono de una historia, de sus preguntas y sus intentos de respuesta! ¡Qué necesitados estamos de darnos por fin un “sí” humilde y lleno de ternura, a nosotras mismas, limitadas pero vivas, hoy y así, aquí y tal cual somos!


Sin embargo.. todavía se puede ir más allá, más adentro. Pasadas todas las antesalas del propio yo, en el recinto silencioso hay una puerta que se abre hacia el patio interior de mi persona con su pequeña fuente, un pozo de aguas claras. ¿Y si me asomo, en un temblor, a su brocal? Tímidamente primero, más decidida después, oteo en el fondo y a esa Luz puedo mirarme sin ambages. Más allá de mi rostro, entreveo el de Dios que habita en mí, silencioso, paciente. Al calor de su Amor advierto mi persona como un icono hecho a su Imagen. Cada minuto de mi vida marca mi cuerpo, y es rastro de su paso, de su abrazo, de su llama. ¡No me atrevería a quitar una sola de sus huellas! A pesar de los engaños, en mí hay verdad. A pesar de las dudas, certeza. A pesar del temor, hay también mucho amor. A pesar de los pecados, hay belleza rescatada. ¡Su beso ha encendido todas las candelas del jardín!



Leticia Soberón Mainero
Psicóloga, experta en comunicación 
Miembro Colegiata Ntra. Sra. del Cielo