¿Por qué callaste, María?
Ahí, frente a tu
hijo flagelado. Ahí, frente a los clavos del pecado. Ante la iniquidad más
estremecedora.
¿Por qué callaste, María?
¿Acaso tu silencio
era un grito ahogado de dolor?
¿Un río de lágrimas y de sollozos y se entrecortaban
las palabras?
La más pura expresión
de compasión de una madre por su hijo que entregó su vida por amor.
¿Por qué callaste, María?
Quizá la mirada
profunda y desmayada de Jesús te quitó el aliento.
Quizá su silencio
te sacudieron el alma y el corazón y no quedaba más que callar.
Ni siquiera un
susurro que surgiera de la profundidad del alma herida y desgarrada.
¿Acaso la historia
fue injusta contigo y de callar nada pues gritaste hasta que se te acabó el
alma?
Tu silencio y el
suyo unidos; el soplo de vida, en el total abandono.
Silencios que
fueron Palabra.
¿Por qué callaste, María?
Porque tu silencio
decía más que tus palabras.
Porque no había
palabras que expresaran lo que sentías.
Porque el silencio
a veces es la mejor medicina.
Porque tendrías
mucho que decir y nadie a quien decirlo.
Te estoy mirando,
María y callo, ante ti, ante la fuerza y debilidad que intuyo en tu mirada.
Me deslumbran tu ternura y fortaleza.
Ojos en llanto y
ojos de extraña confianza en el Amor.
Tu mirada me
habla, me abraza, me invita a callar.
Te dibujo en mi
mente: háblame, háblame,
no calles y si lo haces, hazme una contigo en el silencio.
Tú no callaste,
María, tú simplemente… Fuiste el Silencio de Dios que
tenía abrazado a su Hijo, con todas las fuerzas.
Ahí sobran las
palabras, ahí habla el infinito Amor vestido de Silencio.
María, eres
silencio, eres palabra, envuelta en Amor.
Ave, ave, ave María...