JUNIO 2025

 

Vivificar nuestra zarza ardiente interior


 Pauline Lodder
Pineda de Mar
Miembro de la Colegiata Ntra. Sra. del Cielo


En muchas representaciones de Pentecostés se ven dibujadas unas llamas de fuego encima de los cabezas de los discípulos. Parece como si estas llamaradas han caído del cielo, desde fuera…

Pero tengo la profunda convicción que estamos habitados por el Espíritu Santo desde el principio de nuestra existencia. Somos Templo del Espíritu Santo: todo ser humano está habitado por Él. Es un don, es algo dado con nuestro ser. No depende de haber recibido el bautismo, o de celebrar una fiesta.

El texto de los Hechos de los apóstoles nos dice: se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa (Hch 2,2). En nuestro interior hay una zarza ardiente, un “yo soy”, y cuando sopla el viento, se enciende. Las llamas de Pentecostés vienen de nuestro interior.

Ilustracion del libro
 Andadura Pascual de Alfredo Rubio

Etty Hillesum en su diario escribe: «Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces me sucede alcanzarle, mas a menudo piedra y arena le cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar» (Diario, 97).

La fiesta de Pentecostés nos invita a desenterrar nuestra zarza ardiente interior, y dejar que el soplo la vivifique. Hemos recibido con nuestro ser todo lo que necesitamos para santificar el mundo, para inundar el mundo con el fuego del amor. La zarza del Horeb no se consumió; nunca se apagará. Por ello siempre hay esperanza que nuestros corazones ardan, y nos impulsen a trabajar para una nueva humanidad.

Imagen Ana Maria Ollé 
Mosaicos Cueva de Manresa


 Fuente: Colegiatacieloenlatierra



Meditación    (video)


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MAYO 2025

 Ser mujer en Pascua


Leticia Soberón Mainero
Psicóloga Experta en Inteligencia Colaborativa
Miembro de la Colegiata Ntra. Sra. del Cielo


Se han multiplicado, afortunadamente, las reflexiones y subsidios que Internet ofrece para vivir a fondo la cincuentena Pascual. Poco a poco la Iglesia va adentrándose en la conciencia de que no basta quedarse en la Cuaresma y en el Vía Crucis para vivir la vida cristiana. Tras ese primer paso indispensable, hace falta seguir adelante, hacer el «máster» o «postgrado» que Jesús ofreció a sus discípulos después de su resurrección, y que varios autores han ido expresando en el «Via Lucis» o «Camino de la Alegría», también en Internet.

Revisando esas hermosas iniciativas, es difícil expresar la hondura de lo que significa para una mujer, incluso hoy en día, acompañar y seguir a Jesucristo contemplando y ahondando en los días de su pasión, muerte y resurrección. Quizá haya quien piense que, ante Cristo, da lo mismo ser mujer que varón. No desearía discutir sobre ello. Digo simplemente que, si ya en forma habitual siento un gran gozo por el hecho de ser mujer, más conmoción aún me da vivirlo en estos días. Intento acercarme y calibrar la inmensa, la profunda sorpresa que debieron experimentar las mujeres que conocieron a Jesús, y que, quizá por primera vez en su vida, eran miradas por un hombre como personas. Fueron tratadas con respeto y con el reconocimiento de una dignidad que ignoraban tener. ¿No era ya ésta causa suficiente para desencadenar un llanto liberador, de consolación y gratitud? Eso en cualquier caso. Pero más aún si eran mujeres maltratadas, consideradas pecadoras; todas fueron acogidas con sencillez y misericordia. Al igual que los varones que quisieron seguir a Jesús, ellas hubieron de morir a sí mismas, convertirse sinceramente, abandonar el pecado y nacer a una nueva forma de ser. Pero ¡quién podía imaginarse que pudieran ser tratadas además como discípulas! Jesús se dirigía a ellas con una interlocución de iguales, que las equiparaba a sus hermanos varones.



Esas discípulas lo siguieron hasta el final. Como los millones de mujeres que aún hoy son tenidas por seres humanos de segunda clase, eran «últimas», consideradas poco más que animales de carga y los soldados les permitieron estar ahí. María, madre de Jesús, María Magdalena y María la de Cleofás, y otras que le habían servido con sus bienes. Todas ellas transidas de dolor, pero también valientes, fuertes y fieles.

¡En Pascua son las primeras en ver a Jesús! El Maestro envía nada menos que a mujeres como testigos privilegiados del acontecimiento más importante de la Historia! Apóstoles de los apóstoles. ¡Qué tarea, qué misión enorme, inexplorada aún, para las mujeres de nuestro tiempo! Una tarea que -lejos de cualquier tentación o lucha por un hipotético poder- requiere humildad, madurez humana, conversión, formación. Pero es, sobre todo, un inmenso don y un voto de confianza del Resucitado para las mujeres. Ser mujer en Pascua es acoger con alegría y con fe intrépida la voz de Cristo vivo; es escuchar y aprender sus mensajes pascuales para ser testigos de su Resurrección ante los Apóstoles de hoy y ante todos nuestros contemporáneos.


Meditación





ABRIL 2025

 Anclados en la esperanza


Assumpta Sendra Mestre
Profesora de Humanidades 
Miembro de la Colegiata Nuestra Señora del Cielo
Barcelona

Es urgente revisar el sentido auténtico de la esperanza tanto de manera personal como colectiva. Es necesario conocer por qué el Papa Francisco propone el Año Jubilar 2025 Spes non confundit, ‘la esperanza no defrauda’ palabras ya expresadas por San Pablo en la Carta a los Romanos 5, 5: «Una esperanza que no defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado». ¡Qué profundidad tener en cuenta que Dios llena con su amor nuestro corazón y que nos sostiene y acompaña siempre!

El Papa nos ofrece la oportunidad de replantear nuevos retos desde una nueva mirada. Sabemos que la esperanza es una actitud humana que forma parte del propio ser y que cada uno responde de manera distinta ante las adversidades. Cualquier persona ha vivido y vive momentos de esperanza y desesperanza. Cada uno siente y vive el sentido de la esperanza de modo distinto, ya que depende de muchos aspectos, básicamente de cómo uno se siente y del momento personal. Cuando se vive instalado en la esperanza hay más capacidad de asumir contratiempos, sufrimientos, dificultades, problemas y un largo etcétera. Y si además se vive instalado con y desde Dios, todo toma otra dimensión.

El documento del Papa describe el momento actual lleno de dificultades, tanto en el mundo como en la Iglesia: Todavía hace referencia a la pandemia mundial y sus consecuencias de cómo se sufrió y el drama de morir en soledad. Todo ello produjo incertidumbre, miedo, impotencia, dudas, desconcierto… Menciona la pérdida de valores humanos y cristianos y la poca transmisión de fe de unas generaciones a otras porque las familias se han descristianizado. Dice que, en nuestro entorno sociocultural actual, la pregunta sobre Dios y la fe pasa desapercibida y esto dificulta una apertura hacia el trascendente. Y reconoce la falta de entusiasmo por parte de las parroquias, sacerdotes y evangelizadores en su tarea de evangelizar. Todo ello forma parte de nuestra realidad y no podemos ignorarlo. El Papa dice que estas y muchas otras situaciones de violencia, conflictos, injusticias… producen desánimo, pesimismo, desencanto, inseguridad, desesperación… y advierte que estas dificultades no pueden bloquearnos ni paralizarnos, sino que deben llevarnos a encontrar un sentido.

Ante esta realidad el Papa dice que debe re-nacer la esperanza y re-avivar nuestro ánimo. Es decir, nos anima para este Jubileo a ser ‘Peregrinos de esperanza’ porque está convencido, que el mundo en general y los creyentes en particular, estamos necesitados de esperanza en muchos aspectos. Se ha de tomar conciencia de que es necesario re-avivar la esperanza en nosotros, porque sin ella la evangelización del mundo no es posible.

Consideremos cual es nuestro compromiso e implicación para ser portadores de esperanza con la palabra y los hechos. La esperanza se relaciona con el valor del esfuerzo y es un valor de la madurez humana. También es una vocación solidaria que permite contagiar nuestro entusiasmo, dar ánimos y ofrecer nuestra ayuda. Transmitirla es no esconder ni endulzar las dificultades, sino asumirlas plenamente desde la confianza y autenticidad.

La esperanza solo se puede transmitir cuando realmente se vive y se siente, es agotador ser portador de ella si no hay esta coherencia entre el vivir y dar. Solo se puede ofrecer cuando realmente se vive. Ser donador de esperanza pide aceptar la realidad y asumir con valentía y decisión la responsabilidad de la propia vida.

La esperanza es dinámica y activa como el ser humano. Y desde la mirada trascendente, es esa parte de la fe que proporciona que las inquietudes, esfuerzos y entrega incondicional para colaborar y contribuir con las realidades, sean más solidarias. Esperanza, fe y caridad, las tres virtudes teologales son los referentes para vivir de forma coherente nuestro compromiso como creyente.

Seamos ‘signos tangibles’ de esperanza ante cualquier situación, portadores de esperanza con nuestras actitudes, sembradores de esperanza con el deseo de recoger frutos que posibilitan el bien, generadores de esperanza en nuestros ambientes cotidianos, testimonios creíbles de esperanza con nuestra manera de ser. Y seamos luz de esperanza para orientar en el camino de la vida. Todo ello será posible si estamos bien enraizados en Cristo Resucitado.

Fuente: Hoja de Nuestra Señora de la ClaraEsperanza No.220

 

MARZO 2025

 Tomando caminos de libertad


María de Jesús CHÁVEZ-CAMACHO PEDRAZA
Miembro de la Colegiata Nuestra Señora del Cielo
Pineda de Mar

Se llamaban: Odilia, Margarita, Matilde, pero había muchas otras. Sus comienzos datan de finales del siglo XII y siglo XIII, y otras siguieron su ejemplo tiempo después. Sus orígenes: el norte de Europa… pero según se sabe hubo también después en otros lugares…

¿Su anhelo? Vivir en intimidad con el Trascendente y servir a los más necesitados; por ejemplo, en hospitales. Un cuido desde el amor.

En aquella época, las mujeres, en especial las de una cierta posición social, tenían como opción contraer matrimonio, frecuentemente por decisiones de los padres de los contrayentes para unir patrimonios. O bien entrar en las órdenes monásticas. Lugares de oración, vida comunitaria e importantes focos de cultura de entonces, y que conllevaba en general la clausura.

Pero estas mujeres, conocidas como beguinas, decidieron vivir su única vida de una manera que en aquella época era novedosa y, a la vez, vista por algunos con recelo. Una vida fuera de las estructuras entonces conocidas y viviendo de su trabajo. Usualmente hacían labor manual en la industria textil, otras como copistas de libros; no existía aún la imprenta. Muchas cultivaban y vendían hierbas y plantas medicinales.

Las beguinas eran célibes y lo eran por decisión propia, pero podían libremente dejar el beguinato si lo deseaban y tomar otra opción de vida.

Muchos de sus textos han ido atravesando los siglos hasta hoy. Se trata de poesías, correspondencia y otros escritos en los que plasmaban su experiencia espiritual y reflexión teológica. Algo novedoso en ellas es que escribían en su lengua materna y no en latín, lengua usada en la Edad Media como lengua de enseñanza, de literatura, de ley, etc. Por ejemplo, Hadewijch de Amberes, es la primera mujer de la historia en escribir en lengua flamenca. Dicen que no escribió en latín, aunque lo conocía bien. Como las demás beguinas escribieron en lengua vernácula para ser entendidas por todos.

Si bien hubo personas que las apoyaron, también hubo quienes las criticaron duramente. No era bien visto en aquel tiempo que mujeres vivieran la vida que llevaban sin un tipo de estructura, sin dependencia de sus padres, maridos u órdenes religiosas. La crítica fue más allá y se les persiguió y presionó para que dejaran la opción de vida que llevaban.  Algunas de ellas terminaron su vida en monasterios, siendo en sus nuevos hogares, lo que ya eran: luz para los demás. Margarita Porete, que fue perseguida y obligada a retractarse de sus escritos, resistió en silencio y lo pagó con su vida.

Hoy se puede visitar algunos de los lugares donde vivieron, en ciudades como Brujas, Lovaina, Ámsterdam. Trece de estos lugares llamados beguinatos han sido declarados patrimonio cultural de la UNESCO. Accediendo por un portón encuentras casitas formando un círculo con un gran jardín en medio. Es un espacio donde se respira paz.

Mujeres valientes, mujeres de una gran libertad interior. Tomando caminos de libertad abrieron caminos para otras muchas…

Algunos libros para seguir profundizando:

– María Cristina Inogés Sanz, “Beguinas, memoria herida”, PPC, Madrid 2021
– Prado Pérez de Madrid, “El beso de Dios, Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados”, San Pablo, Madrid, 2023


Fuente: Revista RE



FEBRERO 2025


¿Qué es lo que hace que un regalo sea un regalo?


Gemma Manau
Teóloga
Miembro de la Colegiata Ntra. Sra. del Cielo



Aún tenemos el regusto de las fiestas navideñas. De las fiestas litúrgicas, la misa del Gallo, la Epifanía; de las celebraciones familiares y con amigos en la que nos reencontramos, aunque sea una vez al año… intercambiamos regalos… o simplemente los ofrecemos.

¿Pero qué es lo que hace que un regalo sea, precisamente eso, un regalo? 

Así a voz de pronto sin pensar mucho quizá diríamos que la gratuidad. Para que algo sea realmente un regalo tiene que ser gratuito, los regalos no se compran. Podemos comprar algo y envolverlo con un papel colorido y vistoso, incluso lo podemos poner a los pies del árbol de Navidad como en las películas, para no sentirnos tan solos, pero en el fondo de nuestro corazón sabemos que aquello no es un regalo.

Si el regalo es gratuito tampoco pueden buscar una recompensa, porque entonces dejan de ser gratuitos para convertirse en una especie de trueque; en un intercambio de favores… ni pueden ser por conveniencia porque entonces lo que estamos comprando es al “otro”. 
Los regalos que recibimos no parten de nuestra iniciativa, sino de la de otro, de aquel o aquella que decide obsequiarnos gratuitamente. 

El regalo presupone, por lo tanto, la alteridad. Supone una salida de sí mismo hacia el otro. Una salida desinteresada y gratuita. Regalar significa descentrarse de uno mismo, para centrarse en el otro. La gratuidad presupone o dicho de otra forma, va de la mano del amor. Esta es precisamente la lógica del amor, dar gratuitamente y «la lógica de lo gratuito es el amor. En el amor alcanza lo gratuito su pleno sentido. Dar, sin esperar nada, eso es amor». [1]

Aún y así, me continúo cuestionando ¿para qué algo sea un regalo, es suficiente que sea gratuito y por amor?


 
El dominico Martín Gelabert nos dirá que no. Para que algo sea un regalo falta aún otro elemento no menos importante que el dador y lo dado: el receptor, pues «sin él tampoco puede haber amor ni donación gratuita». [2]

El regalo, el don, se convierte en regalo cuando es aceptado gratuitamente por el receptor. Por eso afirma este teólogo que «la gratuidad del don implica el contra-don del reconocimiento, de la aceptación». [3]

No hay don sin la gratuidad del dador, pero tampoco lo hay sin la gratuidad del receptor.
Y si para dar es necesario el amor gratuito, no es menos necesario para el contra-don. 
Necesitamos una buena dosis de humildad para descentrarnos de nosotros mismos y centrarnos en el otro, pero esa misma humildad es necesaria para aceptar gozosa y gratuitamente lo que se nos ofrece y convertirlo en don.

Estas navidades recibí regalos y di otros, pero hace más de 50 años recibí el regalo de mi existencia que no pedí, precisamente porque no existía. Me fue dada gratuitamente por Dios y por mis padres, ahora me toca a mí ¡convertir esta existencia en don! Acogerla gratuitamente y por amor para hacer de ella realmente un don. 
 
[1] Martín Gelabert.  La Gracia: Gratis et amore. Salamanca: Editorial San Esteban, 2002, p. 11.
[2] Gelabert. La Gracia, p. 13.
[3] Gelabert. La Gracia, p. 15.




Meditación







ENERO 2025

 

El amor es asimétrico


Leticia Soberón Mainero
Psicóloga Experta en Inteligencia Colaborativa
Miembro de la Colegiata Ntra. Sra. del Cielo


En toda relación de cariño -familiar, de pareja, de amigos-, cada persona ama sólo en la medida de sus posibilidades. No todo el mundo tiene la misma capacidad para dar y recibir amor.

Esa capacidad podría ser descrita de muchas formas. Por ejemplo, cuánto la persona realmente conoce y acepta a la otra, cuánto la respeta en sí misma y en sus decisiones libres; si es capaz de escucharla y acoger su realidad, cómo favorece su desarrollo y su bienestar, si tiene paciencia en aquello que le es difícil gestionar… Y para recibir amor, correlativamente se requiere respetarse a sí misma, ser veraz ante la otra persona y dejarse conocer, dejarse cuidar y recibir atenciones… En todo amor auténtico la reciprocidad es clave para que haya una relación sana. Es dar y recibir. Pero incluso en la reciprocidad, el amor suele ser asimétrico. Una de las partes suele amar más intensamente que la otra. O al menos, con tipos de generosidad dispar: en unos campos más que en otros, cosa no siempre percibida en sus matices, de modo que con frecuencia las personas se perciben dando más que lo que reciben.

La mayoría de nosotros estamos muy pobremente formados en el arte de amar. Hemos ido creciendo selváticamente a base de experiencias más o menos gratificantes o dolorosas. Nos defendemos, nos escondemos, calculamos…

Aun así, casi siempre intentamos amar. Es aquí donde hay que recordar que, sea en la medida y del modo que sea, cuando alguien expresa un gesto de amor sincero y desinteresado, lo hace gratis. En ese dar y recibir, las personas nos regalan su tiempo, su apoyo, porque quieren. Son libres, pueden hacerlo o no. Nada puede exigirse. Y mucho menos reclamarse como «pago» por algo que uno hizo en momentos anteriores. Todo don se da porque se quiere dar. Y toda respuesta o correspondencia, es también gratuita por parte de los otros. El dinamismo de una gratuidad de cariño es difusivo y alcanza mucho más allá de los inmediatos. Llega lejos, irradia hasta quienes no conocemos, por esa indefinible conexión que existe entre las personas.


En nuestras relaciones personales asumamos que posiblemente hay quien nos ama mucho y nosotros menos, y en otros casos la asimetría se da al revés: nosotros expresamos más amor que el que percibimos de alguien. Y no podemos ni debemos exigir nada. La primera condición de la amistad es no forzar. Cada uno da lo que puede dar.

Así es entre Dios y nosotros. Él da todo. Nosotros, lo que podemos. Pero así su Amor llega lejos. Mucho más allá de nosotros.






DICIEMBRE 2024

Alabanza en la Fragilidad: la muerte en el umbral del Misterio 

5 de abril de 2015  

 

Manolita Pedra Pitar 

Miembro de la Colegiata Nuestra Señora del Cielo

Hoy es como si Dios me hubiera hecho saber que acepta mi gran deseo de reparación. Estoy de nuevo muy enferma. La enfermedad no la envía Dios, tan solo es llegar al límite de mi finitud. La enfermedad no la envía Dios, pero toda mi vida es de Dios. También mi muerte es de Dios. Y yo soy toda de Dios. Mientras estaba esperando entrar a la consulta del médico, más de una hora, estaba con mucha paz y consolación interior, y de vez en cuando iba diciendo mentalmente unas pocas estrofas de una de las poquísimas oraciones que sé. Es de Charles de Foucauld¹ (añadida al final de este escrito), solo sé unas frases en las que se pide a Dios que se haga, en el que pronuncia la oración, lo que Él quiera, y sea lo que sea lo que llegue a pasarnos, le damos gracias. De vez en cuando iba haciendo este acto de abandono confiado, dando las más fervorosas gracias a nuestro amado Abba. Cuando me han comunicado el resultado de las pruebas médicas, me he quedado tan indiferente que tal vez habrá parecido que no me estaba enterando de nada. 

Cuando he salido, me ha entrado como un sentimiento de pereza por tener que pasar por todo lo que me esperaba, pero enseguida he pedido perdón a Dios con mucho arrepentimiento y he regresado a mi fervoroso dar gracias por todo. Ha sido después cuando he comenzado a pensar que mis pobres actos de reparación Dios los había aceptado y ahora, en la realidad del límite de mi vida, esto tendría una consumación, no buscada por mí, pero sí abrazada amorosamente por mí, por amor a Dios y a mis hermanos. 


Tengo ahora, mientras escribo, otro deseo muy fervoroso: dar toda gloria a Dios, en mi límite, vivir solo para seguir dando testimonio del inmenso amor de Dios, seguir en toda alegría interior, seguir entregándome más y más a su Amor. Dejar que Él siga quemando y quemando y quemando... 

Quisiera hacer de mi fragilidad una continua alabanza. Quisiera transformarme en una acción de gracias. Sí, quisiera aprovechar el tiempo, quisiera aprovecharlo bien, para cuando la fragilidad se haga tan extrema que ya no sea ni posible pronunciar su Nombre santísimo. Y quisiera servir amorosamente a mis hermanos, incluso cuando ya Nuestro Señor tan amado me haya llevado más allá del umbral del Misterio. 

Cuando la enfermedad haga su trabajo, sé que Dios estará, también, haciendo su trabajo, creo que cuando llegue no moriré solo por la enfermedad, sino que Dios me habrá consumido totalmente en la llama ardiente de su amor. Entonces, cuando todo esto haya pasado, entenderé todo lo que Dios ha querido hacer en mí sin saber yo cómo puede ser, entonces todo se llenará de luz. 

Llevo unos días en un recogimiento y en un silencio muy grandes, en una continua alabanza, totalmente bañada en el amor de Dios.

 

1 Plegaria de Charles de Foucauld 

Padre mío, 

me abandono a Ti. 

Haz de mí lo que quieras. 

Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. 

Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. 

Pongo mi vida en Tus manos. 

Te la doy, Dios mío, 

con todo el amor de mi corazón, 

porque te amo, 

y porque para mí amarte es darme, 

entregarme en Tus manos sin medida, 

con infinita confianza, 

porque Tú eres mi Padre.

 


Meditación