JUNIO 2019



XXV Aniversario de la Colegiata Nuestra Señora del Cielo

MESA REDONDA

MARTES 9 DE  ABRIL 2019 

CASA DIOCESANA 

Hermosillo, Sonora - México 




EL REINO DE DIOS YA ESTÁ AQUÍ: 
SE ENCUENTRA EN LA SOLEDAD Y EL SILENCIO 
 Alfredo Rubio de Castarlenas





Lourdes Flavià Forcada

Me alegra estar de nuevo en esta bella ciudad de Hermosillo, a la cual me unen lazos de amistad, así como el hecho de que fue en esta ciudad donde se fundó la Colegiata Nuestra Sra. del Cielo. Los espacios personales de soledad y silencio, es uno de los ejes de esta Colegiata de mujeres. La reflexión sobre Dios, sobre las cosas de Dios, sobre la vivencia de Dios, nace de estos momentos de estar a solas y en silencio. Yo vivo en un pequeño oasis del Desierto de Atacama al norte de Chile. Allí estoy a cargo de un espacio que brinda soledad y silencio a toda persona que necesite hacer un alto en el camino, detenerse del agitado ritmo de vida y del bullicio en el cual se está inmerso. Es un detenerse no para quedarse cómodamente instalado en un ámbito de confort sino que es un detenerse para hacer procesos que impulsen a ponerse en camino con una mayor orientación, sosiego y lucidez. Este espacio se llama Murtra Sta. María del Silencio. En los años que llevo allá soy testigo del bien que esos espacios de soledad y silencio hacen a las personas.

1.    Murtra Sta. María del Silencio y desierto

El inspirador de esta murtra así como de otras murtras que hay en diversos países fue el P. Alfredo Rubio de Castarlenas, al cual algunos y algunas de ustedes conocieron. Él pasó temporadas en Hermosillo.  Así como la Murtra Santa María del Silencio está enclavada en el desierto de Atacama, esta ciudad, Hermosillo, está situada en otro impresionante desierto, el de Sonora. El desierto, dentro de las distintas tradiciones espirituales siempre se ha concebido como un lugar idóneo para el encuentro con Dios. Sin embargo, también podemos hacer desierto en medio de la ciudad. Solo es necesario retirarnos un poco del ruido, de las prisas, del activismo, buscar un lugar tranquilo donde estar a solas y en silencio. Carlo Carretto decía: si no puedes ir al desierto haz un desierto en tu vida, en tu día a día.

2.    Jesús nos dice: “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra a tu aposento, y después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí en lo secreto…” (Mt. 6,6)

¿Qué significa cerrar la puerta?

·         Cerrar la puerta no es quedar encerrado, al contrario, es entrar en la libertad del Reino de Dios. "El poder le teme a los hombres que dialogan con Dios: los vuelve libres y no asimilables” (Papa Francisco al 'Meeting de Rimini').

·         No es huir de la realidad: La soledad y el silencio a los cuales me estoy refiriendo no son una desconexión de la realidad, ni mutismo, no son una evasión o una huida porque las cosas nos van mal o porque nos estorban los otros. Es una soledad que es comunión y un silencio que es comunicación. Son una soledad y un silencio que nos ayudan a entrar en una unidad más profunda con todo lo existente y nos hace sentir hermanos de todos y de todo.

·         Cerrar la puerta te lleva a contemplar la realidad con una nueva mirada: desde los ojos de Dios ¿Cómo mira Dios su creación? Recuerdo que el P. Alfredo Rubio ponía el ejemplo de que es distinto contemplar la ciudad de Nueva York paseando por la 5ª Avenida, por ejemplo, a si miras la ciudad desde los ojos de la Estatua de la Libertad. Eso te da otra perspectiva de la ciudad. Es como contemplar la ciudad de Hermosillo desde la cima del cerro La Campana. A veces para poder dimensionar la realidad en su justa medida hay que poner un poco de distancia. Tenemos que limpiar nuestra mirada… de prejuicios, de rencores, de rabias acumuladas… La soledad y silencio que estamos llamados a integrar en nuestra vida, es una soledad y un silencio que nos permiten ver nuestro ser, nuestra vida, relaciones y entorno con una nueva luz y perspectiva, dejando paso a una actitud admirativa y contemplativa en lugar de utilitarista y depredadora. Javier Melloni dice que es “un estado, una forma de situarse ante la realidad que nace de la desposesión… vencida la pulsión de apropiación que proviene de la individualidad autocentrada…” [1]

·         Cerrar la puerta significa conectar con mi ser y con el Dador de todo ser. ¿Cuál es la condición para sintonizar con Dios, para conectar con él? Estar dispuesto/a a amar a los enemigos. ¿Cómo voy a sintonizar con Dios que hace llover sobres justos e injustos y que hace salir el sol sobre buenos y malos si yo no estoy en la misma onda que él? esto es importante pero no es fácil. Sin embargo, debemos tener esa intención de corazón y pedirle a Dios que nos ayude a no albergar odio ni rencor y a ver en cada ser humano un hermano, alguien digno de ser amado por el solo hecho de existir.


¿A qué tenemos que cerrar la puerta?

·         La cerramos al activismo. Dejamos a un lado nuestro “hacer” para dejarnos “hacer”. Eso implica un ejercicio de desprendimiento, de pobreza, de abandono. El exceso de actividad es uno de los principales obstáculos a vencer. Muchas personas jubiladas dicen que están incluso más ocupadas que antes. Pareciera que si no trabajamos mucho, si no tenemos la agenda permanentemente llena, empezamos a sentirnos culpables. ¿Será que nuestra vida está tan vacía que tenemos que llenarla a base de actividad? ¿Tenemos miedo a no tener nada que hacer? El dominico sudafricano Albert Nolan señala al activismo como la suprema distracción, “nos distrae de la conciencia de nosotros mismos y de la conciencia del mundo real. Nos distrae de la conciencia de Dios. El activismo nos deja encallados en el mundo al revés que Jesús trató de poner al derecho. El activismo se asemeja al sonambulismo… despertar, llegar a ser más plenamente conscientes y afrontar las realidades de la vida exige un cierto grado de silencio y soledad, como en el caso de Jesús.” [2]

·         También relacionado con lo anterior, cerramos la puerta a sentirnos imprescindibles.  Pensamos que si nosotros no estamos las cosas no salen o no se hacen como creemos que hay que hacerlas. Cerrar la puerta a este sentirnos imprescindibles es aprender a confiar más en Dios y en los otros. Es ejercitar la confianza y también la humildad.

·         La cerramos a las prisas. Vamos siempre corriendo. Nos cuesta detenernos, sosegarnos…Dios no tiene prisa. Milan Kundera, en su libro La lentitud, escribe: “Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo”. [3] Seguidamente señala que el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria, mientras que el grado de velocidad es directamente proporcional al del olvido. Algunos autores como José Tolentino Mendonça afirma que la velocidad a la que vivimos nos impide vivir y que una posible alternativa sería rescatar nuestra relación con el tiempo. Cuando decidimos aparcar por un rato, una hora o varias horas nuestras actividades y nos adentramos en ese espacio de soledad y silencio personal, podríamos decir que es como bajarse del tiempo y entrar en la eternidad. Gustamos un poco de eternidad.

·         Relacionado con este aspecto de la prisa, está el saber esperar. El no querer que todo sea ya, en el momento, “al tiro” como decimos en Chile ,… Saber esperar el momento propicio, la ocasión oportuna,… en el fondo, aprender a vivir el tiempo de otra manera, más reposada quizás también más libre, menos condicionada por las presiones externas. Dicen que Federico Fellini, el cineasta, tenía la costumbre de llegar a sus citas, ya fueran de trabajo, o una cena con amigos, un buen rato antes de la hora. Llegaba al lugar y hacía tiempo, callejeando tan feliz, de aquí para allá, sin avisar a nadie. Cuando los amigos lo sorprendían y le preguntaban porque no había llamado a la puerta, su respuesta era algo así como “por el placer de esperar”. Esto también me recuerda a lo que decía Alfredo Rubio respecto a que llegar con tiempo a los lugares, es llegar con amor.

·         Cerramos la puerta a nuestro ego. Nos vaciamos de nosotros mismos, para que el Padre nos pueda llenar de nuevos contenidos. Pablo d’Ors afirma que “nadie que esté lleno o satisfecho de sí podrá recibir al Misterio; antes es preciso un trabajo de desapego o vaciamiento”.  Alfredo Rubio en un curso que dio sobre “El hombre a solas”, dijo: “Cuando quieran orar, retirense, aislense, cierren la puerta y quedense a solas y en silencio con Dios Padre. Lo más importante es poner la copa vacía, para que Él la llene como quiera y de lo que quiera”. [4]

·         Cerramos la puerta a ir con las cosas decididas. Si entramos a ese espacio de soledad y silencio con las cosas decididas, no le estamos dejando a Dios ser Dios. No le permitimos entrar en nuestra vida. Es como si fuéramos a una gasolinera a llenar nuestro carro de gasolina para iniciar un viaje, pero el viaje ya lo tenemos planeado, todo el itinerario, donde nos alojaremos, qué carreteras tomaremos, qué lugares visitaremos… ¿qué lugar le dejamos a Dios?


¿Qué pasa cuando cerramos la puerta?

·         Se ordena nuestro caos. El “oficio” de Dios Padre es ordenar nuestro caos interno (Génesis 1: En el principio creo Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad… Dijo Dios “haya luz” y hubo luz…) Donde yo vivo, llueve poco muy poco, quizás dos o tres días al año. Pero en la cordillera de los Andes que es como la columna vertebral de Chile y cruza también el desierto de Atacama por el este, se da durante los meses de enero y febrero lo que se denomina el invierno altiplánico. Eso significa lluvia en Perú, en Bolivia y en la cordillera andina de esta zona del norte de Chile. El agua que lleva el río Loa y su afluente el Salado, normalmente baja cristalina, pero en esos meses que llueve en la cordillera, el agua baja muy turbia. Arrastra mucha tierra. Si se hace un dique poco a poco el agua se aquieta y toda esa tierra se va depositando en el fondo y el agua vuelve a ser transparente. Esto es lo que nos ocurre cuando en nuestra vida hacemos diques de espacio y tiempo para estar en soledad y silencio.

·         Cuando cierro la puerta percibo el don de la existencia: ¡Existo pudiendo no haber existido! Alfredo Rubio en el poema SER invita a que cuando se entra al espacio personal de soledad y silencio, percibamos, en primera instancia, el maravilloso regalo de la existencia:

            Cierro la puerta.
            Me quedo solo.
            Me envuelvo de silencio.
            Cierro los ojos.
            Y me tumbo en la alfombra
            y a poco...

            La piel se olvida que algo la sostiene.
            Me parece que floto.
            Ni el cuerpo siento
            ni siente él ninguno de sus poros.
            No pienso en nada.
            Tan sólo
            ¡siento que existo! ¡Existo!
            sin siquiera decir esta palabra
             y poco a poco...

            ***

Como olas suaves en la playa,
sube a la mente y se hace pensamiento
este existir en medio de la nada.
¡Soy! Aunque la palabra casi estorba
para sentir lo que sentimos en la entraña.
Sólo es un grito en la garganta:
¡Soy! y antes no existía...
Qué sorpresa en mi ser, de ser. Qué calma.


Vemos pues que lo primero es percibir este don: ¡existo! Y este percibir pasa en primer lugar no por la mente, sino por los sentidos. Sentidos, que lamentablemente, tenemos hoy muy atrofiados. Primero, percibir. Lo que los sentidos captan, después se incorpora y se hace pensamiento. Y finalmente viene la acción, se lleva a cabo lo que se ha pensado.
La percepción, como instrumento de contemplación, es lo primero, es el origen. Podríamos decir que la percepción, la contemplación, constituye la condición de posibilidad de cualquier conocimiento.

Sin embargo, en la sociedad actual se sobrevalora tanto el pensamiento y la acción que nos hemos olvidado de la capacidad de percepción que es a través de la cual aprendemos a contemplar.  Actualmente se ha identificado el ser con el hacer. Yo soy lo que hago. El hacer, la acción ha eclipsado al ser. ¿Y qué pasa con las personas que ya no “hacen”, que no son productivas? ¿Acaso, por ello, dejan de ser, dejan de existir? ¿Sigue teniendo sentido mi vida cuando dejo de hacer, cuando no tengo nada que hacer? Pensemos en nuestros adultos mayores. Recuerdo a Tante, una mujer extraordinaria, con una vida de unidad con Dios, intensísima y profunda. Vivió en varios países de África. También en Hermosillo. En los últimos años de su vida, sus problemas de salud se fueron agudizando, lo cual la limitaba mucho en su día a día. Sin embargo, los que vivíamos con ella decíamos que Tante era el semáforo que posibilitaba una buena circulación en la convivencia.

        Cuando cerramos la puerta, además de percibir el don de la existencia, veo que  ¡EXISTO SIENDO QUIEN SOY! Proceso de aceptación de nuestro ser: “No nos gustamos y pasamos la vida escapándonos de nuestra realidad. Somos auténticos maestros de la fuga” , afirma Pablo d’Ors.
Quedarnos solos y en silencio nos acerca a lo más íntimo del ser, de la existencia... Nos gustaría ser de otro modo, haber nacido en un entorno diferente, tener determinadas cualidades... La resistencia que ponemos a estar solos y en silencio es el miedo de vernos tal como somos y descubrir que somos seres limitados. Es el miedo al diálogo con la vulnerabilidad. El propio ego es el gran enemigo del silencio, ya que entrar en su recinto es estar dispuestos a sacarnos las armaduras que cubren y esconden la realidad de lo que somos. Preferimos continuar viviendo en la superficialidad de la vida y no sumergirnos en su profundidad. Sumergirnos en las aguas profundas de la existencia nos hace fuertes, ya que las dificultades de la vida quedan trascendidas por esta realidad más gozosa de estar existiendo frente a tantas probabilidades de no ser. El miedo a estar solos y en silencio paraliza cualquier proceso hacia el desarrollo global y armónico de la persona. Alfredo Rubio decía: “Ser lo que soy, no cuesta esfuerzo. Lo que cuesta es querer ser otra cosa, más, o menos. Soy un ser contingente, humano… ¡qué felicidad ser lo que se es! Es la verdad, la humildad, lo auténtico.”

·         Al cerrar la puerta, descubrimos que nuestro cimiento es Dios. San Agustín lo expresa así: “Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío”.

Pero además de descubrir esto, se va purificando la imagen que tenemos de Dios. Eso es lo que hizo Jesús. Fue mostrando a sus contemporáneos una imagen de Dios que se alejaba de la imagen de un dios lejano, vengativo, justiciero.  Actualmente se está  hablando de la emergencia de un nuevo paradigma: “por unos es llamado ontonomía, ‘el orden interno del ser’, y por otros, teonomía, ‘el orden interno de Dios’, ya no concebido como un ser supremo y ajeno sino como la profundidad y consistencia última de todas las cosas. Javier Melloni señala que este nuevo paradigma lo podríamos identificar como “la etapa mística, según la cual se abre un nuevo acceso a la realidad: ya no rige el mito (la exaltación de la emotividad y de la sensibilidad) ni el absolutismo de la razón o de la mente, sino que nace una mirada y percepción interiores que provienen de la capacidad de guardar silencio y escuchar la realidad.” [5]

Acoger a Dios en nuestro interior, significa:  Aprender a escucharlo en el silencio del corazón y bajar a Dios de la cabeza a lo profundo de nuestro ser.

¿Cómo discernir la validez y autenticidad de esos espacios de soledad y silencio?

Actualmente abundan las espiritualidades baratas que solo buscan lograr un estado de paz, de tranquilidad, de bienestar, pero sin ningún tipo de compromiso social; espiritualidades que fomentan el autocentramiento, en una búsqueda desaforada por el estar bien con uno mismo.
Nos podríamos preguntar:

-          ¿Lo que estoy viviendo, lo que me está pasando, esta experiencia de soledad y silencio me está llevando a un proceso transformador de autodonación?  ¿Me lleva a vivir la vida como un don que alcanza su plenitud cuando se entrega, cuando se dona, cuando se transforma en semillas de vida y amor? “Al final del camino me preguntarán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré mi corazón lleno de nombres” (Pere Casaldáliga).

-          La autodonación es uno de los criterios para saber si esos espacios de soledad y silencio son búsqueda individualista, narcisista y egocéntrica o si son verdaderos procesos de camino hacia la unidad con Dios y con los demás. Javier Melloni señala: “Si la plenitud espiritual que se busca no descentra y abre a los demás, no hace más que fomentar lo más oscuro que tenemos, que es la voluntad de poder… Si Dios es la plenitud del ser que nos da su ser en plenitud, el acercamiento a Dios debe transformarse necesariamente en donación y no en ensimismamiento, en entrega de uno mismo y no en voluntad de poder. Cuanto más bello o sublime es aquello a lo que aspiramos, más atentos debemos estar si llegamos como apropiadores o despojados, como conquistadores o como conquistados, y si llegamos solos o hermanados.” [6]

En el desierto de Atacama, en ciertos años, se da el fenómeno del desierto florido. El desierto queda cubierto por un manto de flores llenas de colorido y diversidad, un verdadero espectáculo de belleza, un regalo para los sentidos. Podríamos preguntarnos ¿para quién florecemos nosotros, cada uno de nosotros, en el desierto del mundo?





[1] Javier Melloni, Hacia un tiempo de síntesis, Fragmenta Editorial, Barcelona, 2011
[2] Albert Nolan, Jesús, hoy, Editorial Sal Terrae, 2007, p. 130
[3] Citado en José Tolentino Mendonça, Pequeña teología de la lentitud, Fragmenta Editorial, p. 8
[4] Alfredo Rubio de Castarlenas, Curso “El hombre a solas”, Barcelona, 1989-1990
[5] Javier Melloni, Hacia un tiempo de síntesis, Fragmenta Editorial, Barcelona, 2011, p. 240
[6] Ibid, p. 159