![]() |
"Que la teología tenga como horizonte la santidad y el Reino de Dios".
|
Iglesia y feminismo
En los días previos a la crisis
sanitaria por COVID-19 en Latinoamérica, las redes sociales en México acusaban
una efervescencia feminista.
Las mujeres habían salido el día Internacional
de las Mujeres, 8 de marzo, por cientos de miles a las calles; y el día 9 de
marzo hubo un paro nacional de mujeres para visibilizar cómo sería un día sin
nosotras. Los medios, incluso, hablaban de una revolución violeta.
Este vigor y fuerza es un efecto
acumulativo de violencias por razón de género en el país: cada día 10 mujeres
mueren por feminicidio, es decir, por el simple hecho de ser mujer.
Según datos
oficiales del Secretariado por la Seguridad en México, 70 de cada 100 mujeres mayores
de 18 años han sufrido algún tipo de agresión física, psicológica o sexual en
México; sin embargo, menos del 10% realizó una denuncia al respecto; una parte
de este bajo índice de denuncia se explica con otro dato: en los casos en los
que hubo denuncia, el grado de impunidad fue del 99%.
La Organización
de Naciones Unidas considera que la violencia de género es una
"pandemia", y clasifica México y Centro América en la región
del mundo más violenta para las mujeres fuera de una zona de guerra.
El paro del 9M, al
que se unieron la iniciativa privada, gobiernos, sector educativo, inicialmente
tuvo el apoyo de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM)
y de diversas instituciones y universidades católicas. Sin embargo, también fue
evidenciando en qué puntos se están definiendo las diferencias entre la
institución católica y las mujeres feministas.
En México,
el reino de los memes, empezaron a aparecer las bromas: “¿Qué diferencia habrá
entre la Iglesia con paro o sin paro?”, para enfatizar la falta de mujeres
dentro de la estructura clerical. Algunos sacerdotes, en discordancia con la
CEM, publicaron sus videos pronunciándose en contra del 9M: “Mujeres, las
necesitamos siempre”; “mujeres, demuestren su valor con trabajo, no
escondiéndose”, y otros más recalcaron una de las diferencias más profundas con
el movimiento feminista: “No apoyaremos el 9M porque es convocado por
feministas pro aborto”.
¿Por qué a la Iglesia le ha costado empatizar con
el tema de la violencia de género? Posiblemente el freno de mano estriba en que
el acercamiento en este tema a mujeres y feministas se considera que los puede llevar
al terreno de los derechos progresivos (entre ellos los sexuales y
reproductivos).
Delimitar estos dos temas (violencia y derechos sexuales
y reproductivos, que cada uno lleva su propia reflexión) llevará a no ser pecar
de indiferencia hacia las mujeres que sufren situaciones profundas de violencia.
También hay atisbos de cómo desde la institución sí
es posible visibilizar y empatizar con la violencia feminicida en México. En
una parroquia mediana de la Ciudad de México, la de San Damián y San Cosme, el
párroco José de Jesús Aguilar se unió al Paro del #9M, cubriendo a las santas y
vírgenes de su templo con mantos morados. Muy en el símbolo litúrgico del
morado para representar el luto; y también muy en el símbolo feminista del
morado.
Y es ahí donde hay que situar el diálogo entre la
Iglesia institucional y el feminismo: en las aportaciones teológicas,
testimoniales y místicas de las mujeres en la Iglesia; recuperar el papel de
las mujeres en el primer círculo de Jesús y en las primeras comunidades
cristianas. Entonces de uno y otro lado encontraríamos que el terreno de
encuentro no es tan farragoso y es posible encontrar acciones en común.
Después de esos
días (8M y 9M) en que las mujeres pusieron la agenda feminista en la vida
pública y política del país, y en el que la discusión era qué sigue después del
paro del 9 de marzo, llegó la contingencia sanitaria del COVID-19.
Y se unieron dos
pandemias. La de la violencia por razón de género y la del coronavirus, que nos
ha obligado a confinarnos en nuestras casas, ya no como una acción simbólica de
visibilización sobre los feminicidios y desapariciones forzadas, sino como un
acto de solidaridad social y un tema de salud pública.
Sin embargo, ambas
pandemias no son tan ajenas. Analistas de seguridad, así como secretarios de
gobierno mexicano en una conferencia de prensa con perspectiva de género ante
el COVID-19, alertaron sobre la alta probabilidad de que aumente la violencia
contra las mujeres durante el confinamiento.
Si ya en los últimos dos años
incrementó 71% las llamadas de emergencia reportando incidentes de violencia
contra las mujeres en la familia, en el contexto de la cuarentena esto se
agravará; añadamos además el hecho de que en este país, en
condiciones normales, el 25% de los feminicidios se perpetran en el hogar. En
otros países el número de llamadas a la policía se triplicó con respecto a las
cifras anteriores durante el confinamiento por coronavirus; muy probablemente
en México se superará esta tendencia.
A esta realidad
sumemos otra. México ocupa el primer lugar en Latinoamérica y el segundo en el
mundo en tasa de embarazos de niñas y adolescentes causadas por violencia
sexual, relaciones sin protección o por matrimonios forzados.
Nadine Gasman,
directora del Instituto Nacional de las Mujeres, reveló que cada día 34 niñas
en México son embarazadas en hechos de violencia sexual, ocurrida
principalmente en el seno familiar. ¿Qué sucederá con las niñas y adolescentes
mexicanas en el contexto del COVID-19?
Todas estas
realidades de violencia atroz hacia las mujeres en México (como en muchos otros
países) claman por una respuesta comprometida, sin miedos ni rechazos, sin
omisiones ni condenas, de parte de la Iglesia institucional. Las mujeres están
siendo víctimas de violencias deshumanizantes (ser asesinada por razón de
género ya es inadmisible; pero ser asesinada con uso extremo de violencia y
además ser violada, mutilada, torturada y exhibida, que son las agravantes
infaltables en los feminicidios, son ya crímenes de lesa humanidad) y la Iglesia
no está pronunciándose, ¿no puede rayar esta omisión en complicidad?
¿Por qué la
caridad católica no se ha enfocado en mayor medida en crear refugios para
mujeres e hijos víctimas de violencia? ¿Por qué la iglesia prioriza la
permanencia del vínculo del matrimonio por encima de las condiciones
asimétricas y de violencia en los hogares? Porque la respuesta a cada una de
esas problemáticas es un espejo de las violencias y asimetrías institucionales
en el seno del clero.
En la marcha del
8M en varias ciudades se realizaron quemas de actas bautismales afuera de los
templos, además de pintas con acusaciones de pederastia contra sacerdotes.
Algo se avanza. El
Papa Francisco ha abierto una lucha frontal contra la pederastia en el seno de
la institución; y en el mes de febrero de este año, el suplemento mensual femenino de
L’Osservatore Romano, órgano de El Vaticano, hizo públicas las condiciones de
abusos sexuales y laborales que padecen las religiosas en el seno de la misma
la Iglesia.
Faltan otros
pasos. Es momento de que la institución vea el signo de los tiempos y se
comprometa con la igualdad de género, que implica la erradicación de
violencias, discriminación y asimetrías en derechos.
Si de algo estoy
segura es que el futuro de la Iglesia será feminista o no será. Por medio de
las mujeres podría venir una renovación de la institución ya tan desgastada a
pesar de todos los esfuerzos loables del Papa Francisco. Por medio de las
mujeres podría venir una nueva teología que recupere el espíritu comunitario
que tanto bien ha hecho en ciertas épocas para la cohesión social, para la
búsqueda de justicia, para el desarrollo del conocimiento del misterio de Dios,
para nuevos testimonios que funcionen como levadura en el mundo.
Cada vez son más
voces de mujeres en la Iglesia (laicas, religiosas, teólogas) que exigen
revisar a la luz del evangelio un nuevo papel para las mujeres en la estructura
clerical. Y este papel va más allá de las funciones; se construye con relación
al peso de la voz de las mujeres dentro de la evangelización, la pastoral, la
teología y la revisión doctrinal de la Iglesia.
Maria Antonieta Mendivil
Miembro Colegiata NSDC
México