RECIBIRÉIS LA FUERZA DEL
ESPÍRITU SANTO
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Imagen Pixabay |
En el tiempo pascual la liturgia ha enriquecido nuestras meditaciones con las lecturas de los encuentros con Jesús Resucitado. Antes de su ascensión Jesús hace a los discípulos una promesa: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”. (Hechos 1, 8). Y con la fiesta de Pentecostés, hace pocos días, hemos celebrado la efusión del Espíritu Santo. Podemos decir que estamos invitados a vivir bajo el Soplo de Dios, que hemos recibido.
El
Espíritu Santo es descrito en los evangelios, los Hechos de los Apóstoles y en
los escritos de Pablo de varias maneras. Es el paráclito, el consolador, el
Espíritu de la verdad. Y también se nos habla de sus efectos, de su actuar. Hay
algo sorprendente de este don del Espíritu Santo. En el evangelio de Juan,
Jesús hablando con Nicodemo le dice: “el viento sopla donde quiere y oyes su
ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido
del Espíritu”. (Juan 3, 8). Libertad del que va allí donde el amor de Dios le
lleva.
El
Espíritu Santo es el Espíritu de unidad. Cuando nos abrimos a él nos descentra
de nuestros egoísmos para centrarnos en el amor. Unidad con los otros en la
aceptación de sus diferencias, llevándonos a alegrarnos de que el otro sea
diferente a mí y que tenga sus propios talentos, porque ello enriquece a todos.
Unidad que es comunión. Unidad, que no es sólo hacia afuera, con los demás sino
también unidad al interior de mi persona, unidad en mi ser profundo.
Recibiréis
la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos… Sí, es con esta fuerza que
podemos anunciar con la palabra y la vida, a Jesús y al Dios del amor que Jesús
vino a manifestar. Siendo también portadores de consuelo, fuerza y esperanza, a
nuestro alrededor, en la situación de pandemia que vivimos actualmente. Pues el
Espíritu Santo es: “gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”
(Secuencia).
Como
dice el Credo de Nicea-Constantinopla: “es el dador de vida… y que habló por
los profetas” Y lo que el Espíritu toca, lo transforma, lo renueva. No dejemos
de decirle: “Ven”.
María
de Jesús Chávez-Camacho Pedraza
Miembro
de la Colegiata Nuestra Señora del Cielo.
Pineda
de Mar, Barcelona
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