EL RASTRILLO
Hace algunos años, me dispuse a disfrutar de la montaña en una caminata que duró 12 horas. Esta era mi primera experiencia en recorrido largo con un grupo considerablemente grande, conformado por 23 personas.
Debido a un retraso, perdí la
inducción, me pidieron realizar una breve presentación,
experiencia en recorridos y explicar cómo había llegado al grupo.
Por lo general los equipos
senderistas se conforman por mujeres y hombres de todas las edades,
procedencias, actividades y creencias. Quienes dedican tiempo a la preservación,
estudio y contemplación del medio ambiente. También suelen promover actividades
culturales, llevan alimento y vestido a hogares geriátricos y escuelas rurales.
Había escuchado sobre este grupo
por una pareja de amigos. Iniciamos nuestra jornada antes del amanecer. El objetivo del día, era dotar una pequeña
escuela con calzado deportivo para sus alumnos.
Una mochila llena de agua,
comida, abrigo, un par de obsequios y mi corazón dispuesto a realizar deporte e
ir cuesta arriba para colaborar con la dotación escolar, eran mi estímulo. Comenzamos
la travesía, el grupo iba al mismo ritmo,
posteriormente nos distanciamos considerablemente.
Mi sorpresa fue escuchar a lo
lejos voces que decían: ¡No te
preocupes, quedas con el rastrillo!
¡Caramba!, pensaba…quedo con un
objeto de jardinería que sirve para limpiar la hierba y remover la tierra, una
serie de preguntas me rondaron. Con paciencia seguí
caminando, reconozco que alcancé a sentir miedo.
Finalmente, la experiencia
resultó extraordinaria. Conocí personas en una condición similar a la propia, entendí el servicio que presta el rastrillo, conformado por un asa de enorme solidaridad, transportó
mi mochila durante un par de tramos complejos, con dientes revestidos de buen
humor y motivación en momentos de malgenio, crisis y desánimo ante terreno
pantanoso y resbaloso. Escuchaba y pacientemente guardaba silencio ante las
quejas de los últimos en la fila por obstáculos o desafíos que por inexperiencia
o falta de entrenamiento considerábamos difíciles. También controlaba el ritmo
de la marcha y equilibradamente propiciaba el descanso y la contemplación del
paisaje en puntos estratégicos de la ruta.
Aunque el rastrillo es un ser humano con luces y sombras, es una persona que se
dona al servicio de caminantes rezagados. Se convierte en amistad para la vida.
Ese día aprendí que cada
travesía cuenta con 2 personas, quienes realizan la planeación y designan
funciones, guían al grupo. Una encabeza el recorrido y el rastrillo se responsabiliza de los principiantes, de los desacondicionados
y fatigados, desempeñando la virtud de la ultimidad. “Si todos somos últimos,
si todos nos desvivimos en servir a todos los demás, entonces se cumple eso de
amaos los unos a los otros. Y claro, amarse significa, comporta servirse los
unos a los otros. Eso es un Cielo”.[1]
El Primero y el último, el guía y el rastrillo, actúan en comunión. Acuerdan puntos de espera, encuentro y fiesta.
Los senderistas disfrutan el paisaje en medio del cansancio y la diversidad de riesgos. Compartí alegría con personas desconocidas e instituciones con bastante necesidad.
Con respeto y admiración, recuerdo a mi primer rastrillo, una mujer de 62 años, amaba y se abandonaba en Dios, tenía una humanidad suficientemente entrenada para resistir grandes desafíos.
Agradezco a Dios, todas las
personas que han pasado y seguirán pasando por nuestra vida practicando la
virtud de la ultimidad, facilitando la transformación de emociones y sentimientos en momentos de crisis, cuidando amorosamente la tierra donde seguirán germinando
semillas de alegría, perseverancia, disciplina, comprensión, buen humor, preservación ambiental, caridad, fe, esperanza, entre muchas otras cualidades y virtudes que han labrado en su vida y esparcido a su paso.
Elsa Victoria Lizarazo Díaz
Diseñadora Industrial - Diplomada en Cultura
Miembro de la Colegiata de NSDC
Colombia
[1]
Libro Homilias Vol I (1985-1995) y Libro de Homilias Vol II del Padre Alfredo Rubio de Castarlenas. Reflexiones
basadas en los textos biblicos de Marcos 9, 29-36; Mateo 20, 20-28; Lucas, 9,
46-50
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