JUNIO 2021

EL LUCIDO REALISMO DE SAN JOSE


Desde el 8 de diciembre de 2020 hasta la misma fecha de este año, estamos celebramos el Año Jubilar dedicado a San José.  Con este motivo el Papa Francisco ha publicado, no hace mucho, una hermosa Carta Apostólica (Patris Corde) donde reflexiona sobre el papel que la Providencia le confió a San José no solo en la Sagrada Familia, sino en la Historia de la Salvación.  Celebrar significa recordar un hecho pasado y hacerlo presente a la luz de las circunstancias presentes de nuestra vida actual.

Aunque se sabe poco de él, hay un par de rasgos que siempre me han llamado la atención y que me gustaría hacer presente: su manera de ser discreta y el dejarse llevar, aún con todas sus incertidumbres, por lo que escucha en sueños.

Él amó y educó al Hijo de Dios sin reclamar protagonismo, sin narcisismo, dejándose hacer y llevar por un lúcido realismo. Aún sin entender bien lo que en sueños se le decía, guardaba todo en su corazón y lo llevaba a la práctica de la mejor manera posible, intuyendo con fe lo que venía de la Providencia. Deduzco que lo que guardaba en el corazón lo rezaba y, quizás, aún con dudas se fiaba sin tergiversar lo que escuchaba o veía. Los sueños indican a José que debe reaccionar positivamente ante esa tesitura de circunstancias externas adversas que le toca vivir a toda la familia para que el Niño pueda nacer y crecer en el calor de un hogar. Por como Él vivió sabemos que este fue un lugar idóneo donde crecer no sólo en edad, sino también en sabiduría.

De todos es sabido que para que la vida nazca y crezca se necesita un apoyo discreto y una seguridad incondicional. Pues bien, la que demos las personas en estos tiempos de inseguridad y cierto cansancio puede marcar la diferencia entre el replegamiento del miedo y la expansión de la vida; entre la soledad depresiva y la tranquilidad del saberse acompañado; entre el temor al futuro desconocido y la aceptación lúcida del tiempo presente. 

En estos momentos de restricciones confinatorias, haríamos bien en ver aquello que nos llega de fuera, meditarlo lentamente en nuestro corazón, contrastarlo con lo que nos viene de dentro para actuar, en consecuencia, de la mejor manera posible a nuestro alcance individual y colectivo. De no ser así, podemos ser fácilmente cómplices de la frivolidad en sus múltiples formas.

Mosaicos sobre San José, elaborados por Marko Ivan Rupnik
(Cueva San Ignasio - Manresa)

Recordar a José como persona que estuvo a la altura de cada acontecimiento es alentador porque, a veces, las urgencias del momento, las de los cambios que estamos viviendo, nos llevan a inventar escapismos de falsas esperanzas o a intentar evadirnos recordando el pasado, llamándolo “la normalidad” en vez de “la mediocridad”. Por cierto, esta última Semana Santa ha sido un buen tiempo para recordarme que hay que seguir muriendo a esa normalidad conocida para poder ser matriz donde germine nueva vida cotidiana que sea resucitante.


Como vivíamos en una sociedad donde la velocidad y los hechos consumados primaban sobre la lentitud del pensamiento crítico, no nos permitíamos los tiempos lentos que vemos en el crecimiento las plantas del campo, en los procesos de la vida de las personas o en la gestación de los acontecimientos. Por suerte para muchos, los diferentes momentos de esta pandemia han servido tanto para relantizar el ritmo como para morir a ciertos aspectos cotidianos de lo conocido. Bienvenidos sean, con todas sus secuelas, si eso nos permite alumbrar otro mundo más humano. Como dice el Papa Francisco en su Carta Encíclica Fratelli Tutti, que este sea un mundo donde se viva más la fraternidad, la amistad social y los proyectos compartidos. José no sólo compartió el destino de María y el obrar de Dios en ella, sino que también compartió el de Jesús. Por ello, creo que es un buen representante de una espiritualidad madura, cultivada en la realidad cotidiana que está alerta a lo que el momento representa y requiere en uno mismo y en los demás dejando de lado los planes o ideas que nos hacemos.

En su caso, el ángel le enseña que es en el día a día donde hay que dejarse llevar para conducir a los demás a otros lugares o realidades donde  vivir en plenitud como personas.

Aunque es cierto que, a veces, es necesario soñar con otras maneras de ser y hacer posibles, no siempre es fácil acompañar ni dejarse llevar en estos procesos lentos, graduales y complejos que requieren un cultivo interior en soledad y silencio para interiorizarlos viendo su evolución interior y exterior. Muchas veces nuestros propios sueños nos impiden escuchar la voz de esos otros que surgen cuando nos aquietamos o cuando no nos dejamos llevar por el pánico de esas olas que crecen en altura en el mar durante la tempestad, como les pasó a esos discípulos del evangelio. Quizás ellos, como nosotros también, aún no estaban convencidos del todo de que solo Dios puede transformar los momentos límites de nuestra existencia. El miedo puede ser terrible porque paraliza todo, hasta la esperanza.

Muchas personas vivían la vida diaria de forma mecánica, aburrida o rutinariamente. No es de extrañar que se llegara así a sufrir depresión, una de las enfermedades más graves y extendidas. Ahora, después de tantos cambios y readaptaciones vividas por la pandemia, la rutina se percibe de forma más benévola pero sigue siendo un reto vivirla con sentido, superando el cansancio que también conlleva, descubriendo en las pequeñas cosas los dones que Dios nos ha regalado, sin lamentarnos, viviendo retos y objetivos que nos saquen de lo planeado que, en definitiva, nos impulsen a trascenderla de forma creativa. 

Qué duda cabe de que, entre las personas comunes y corrientes con las cuales nos relacionamos, podemos encontrar todo lo que buscamos si vivimos despiertos a esa Presencia discreta de Dios en la vida. Como la de José, si nuestra vida diaria es lugar de encuentro y convivencia de cielo, esta se transforma. Él no se resignó pasivamente, más bien, aceptó con valentía la situación de María y, al hacerlo, tuvo esa fortaleza que solo puede venir de lo alto.

Para acoger la existencia tal como es, incluso en su parte contradictoria y limitada, se hace necesario acoger su dimensión de misterio y saber que nuestro obrar no es indiferente ante Dios.

Ver lúcidamente, acoger valientemente y aceptar todo lo bueno que va germinando dentro de los corazones de tantas personas discretas que hacen su trabajo honesta y creativamente, puede ser una buena forma de vivirlo también a nivel colectivo en esta casa común que todos habitamos.

Se requiere mucha inventiva creativa y valentía para vivir, entre todos, sin protagonismos, trocitos de cielo en la tierra.


 Angeles Isidoro

Pedagoga

Barcelona - España

 



MEDITACION






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