MISIONER@S DEL SOSIEGO
La Pandemia del
Covid-19 nos ha metido de lleno en la virtualidad y la era digital. Las medidas
de seguridad y distanciamiento fisico que hemos debido adoptar a nivel mundial
para prevenir la propagación del virus, nos han urgido a sumergirnos en el mundo
digital. Sin negar las ventajas de estos medios de comunicación y las posibilidades
que brindan para no quedar aislados, hemos de prevenir los
abusos en los que podemos caer; pues corremos el riesgo de ahogarnos en
la riada de whatsapp, mails, twitts, instagrams, tik-toks, y un largo etcétera.
La comunicación es instantánea, y la inmediatez, va calando,
y sin darnos cuenta vamos autoimponiendo la misma inmediatez en responder
al alud de mensajes que llegan a diario.
Lo instantáneo pide respuesta inmediata y corremos dos peligros: la prisa y la dispersión. Hay tantas cosas por hacer, cuestiones a resolver, asuntos por abordar, personas con las que hablar o chatear, que una acaba el día pensando que con las 24 horas no es suficiente. El tiempo se escapa de las manos, y a medida que van pasando los días, es necesario apretar a fondo el acelerador para llegar a responder al alud de mensajes e interacciones con los que nos van inundando las diversas redes sociales que tenemos al alcance.
La vida
sosegada, sin prisas, tiene como una fuerza centrípeta que convoca a otros,
congrega, aglutina; en cambio, la prisa desprende una fuerza contraria —centrífuga—
que dispersa a la gente, la aleja, y van quedando como rebotadas, tiradas al
margen del camino. La prisa es una de las grandes tentaciones de nuestro tiempo
que nos lleva a ir dejando al margen a aquellos que la sociedad considera una
rémora, un obstáculo para seguir avanzando. Pero esta prisa enloquecida que
vivimos es un engaño, pues no nos ayuda en ninguna medida a encontrar el
sentido, ni a vivir ni gozar del sentido de nuestra existencia.
El que va con
prisas, acaba yendo solo. Termina por ser un corredor solitario preocupado sólo
en llegar a la meta, y tan centrado está en su objetivo —pues la prisa no le
deja ni espacio ni tiempo para pensar en nada más—, que cada vez abarca menos,
pues de tan solo que se queda, va disminuyendo la capacidad de abarcar tantos
asuntos como querría resolver. Y la gente termina por apartarse, pues va dando
codazos y empujones a los que encuentra en el camino.
Con razón dice un proverbio chino: «si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve en grupo».
Para entrar en
oración, es necesario pues, apearnos del tren de la prisa y subirnos al tren
del sosiego. Esto no quiere decir que dejemos de hacer todo aquello que tenemos
de hacer, pero desde la paz interior y la serenidad. Hemos de pedir al Espíritu
Santo que nos envíe más misioneros del sosiego, hombres y mujeres que den
testimonio de una vida sosegada y en paz. Porque la paz y la serenidad no son
sólo fruto de nuestro esfuerzo o de nuestra voluntad; necesitamos también de la
acción del Espíritu en nosotros; y para que ésta se dé, hemos de darle tiempo y
espacio.
María Aguilera
Socióloga
Valencia - España
CAMINAR JUNT@S
La gran conversión que supone el Sínodo
Ha empezado
la primera fase del Sínodo convocado por el Papa, y estamos invitados a
ponernos en diálogo para responder a las preguntas sobre cómo discernimos
juntos los signos de los tiempos, cómo es el ejercicio de la autoridad, la
escucha de la sociedad y de las personas alejadas. Pero mirando sobre todo
hacia el futuro: qué vamos a hacer para aprender a caminar juntos, a escuchar
juntos al Espíritu Santo, y movernos al unísono sin recurrir a la uniformidad o
la fuerza.
Esta
iniciativa sinodal implica, para todos, un enorme paso de conversión: para
caminar juntos con libertad corresponsable es necesario renunciar a las
luchas de poder. Abandonar la tendencia a dominar a los otros, desencantarnos
de los oropeles del prevalecer sobre los demás. Y eso, todos/as. La lucha
de poder no es más masculina que femenina. No es propia de unas u
otras culturas. Es una tentación perennemente humana que reviste mil formas:
desde el autoritarismo hasta la seducción. Y resuenan siempre las palabras de
Jesús: “No sea así entre vosotros… El que quiera ser el primero, que sea
vuestro servidor (Mt. 20, 26).” Tod@s últim@s,
sirviéndonos mutuamente y sirviendo a las personas más vulnerables. Pero
siendo, sobre todo, un solo corazón que sintoniza con el de Cristo.
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