NOVIEMBRE 2021

 MISIONER@S DEL SOSIEGO

La Pandemia del Covid-19 nos ha metido de lleno en la virtualidad y la era digital. Las medidas de seguridad y distanciamiento fisico que hemos debido adoptar a nivel mundial para prevenir la propagación del virus, nos han urgido a  sumergirnos en el mundo digital. Sin negar las ventajas de estos medios de comunicación y las posibilidades que brindan para no quedar aislados, hemos de prevenir los abusos en los que podemos caer; pues corremos el riesgo de ahogarnos en la riada de whatsapp, mails, twitts, instagrams, tik-toks, y un largo etcétera. La comunicación es instantánea, y la inmediatez, va calando, y sin darnos cuenta vamos autoimponiendo la misma inmediatez en responder al alud de mensajes que llegan a diario.

Lo instantáneo pide respuesta inmediata y corremos dos peligros: la prisa y la dispersión. Hay tantas cosas por hacer, cuestiones a resolver, asuntos por abordar, personas con las que hablar o chatear, que una acaba el día pensando que con las 24 horas no es suficiente. El tiempo se escapa de las manos, y a medida que van pasando los días, es necesario apretar a fondo el acelerador para llegar a responder al alud de mensajes e interacciones con los que nos van inundando las diversas redes sociales que tenemos al alcance.

La prisa y la dispersión son malas compañeras para la relación con el misterio originante. En los Evangelios vemos que Jesús era un hombre de mucha actividad, que se movía mucho y que continuamente hacía cosas; era un hombre volcado en la acción social. Pero siendo un hombre muy activo, a mi, nunca me ha dado la sensación de impaciencia o atolondramiento. La precipitación, la prisa, el desasosiego no son valores que descubramos en su persona. Jesús, siendo un hombre de actividad trepidante, era capaz de retirarse al monte, estar a solas, y conectar con su interior. Buscaba espacios y tiempos para hablar con aquel que era la fuente del amor.

La vida sosegada, sin prisas, tiene como una fuerza centrípeta que convoca a otros, congrega, aglutina; en cambio, la prisa desprende una fuerza contraria —centrífuga— que dispersa a la gente, la aleja, y van quedando como rebotadas, tiradas al margen del camino. La prisa es una de las grandes tentaciones de nuestro tiempo que nos lleva a ir dejando al margen a aquellos que la sociedad considera una rémora, un obstáculo para seguir avanzando. Pero esta prisa enloquecida que vivimos es un engaño, pues no nos ayuda en ninguna medida a encontrar el sentido, ni a vivir ni gozar del sentido de nuestra existencia.

El que va con prisas, acaba yendo solo. Termina por ser un corredor solitario preocupado sólo en llegar a la meta, y tan centrado está en su objetivo —pues la prisa no le deja ni espacio ni tiempo para pensar en nada más—, que cada vez abarca menos, pues de tan solo que se queda, va disminuyendo la capacidad de abarcar tantos asuntos como querría resolver. Y la gente termina por apartarse, pues va dando codazos y empujones a los que encuentra en el camino.

Con razón dice un proverbio chino: «si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve en grupo».

El Reino de Dios avanza al ritmo de las personas, sin prisas, al ritmo de cada uno. Dios respeta nuestros ritmos, y la acción de su Espíritu en nosotros, es enérgica—sí—, pero siempre respetando nuestra libertad y al ritmo de cada uno. La oración, que es ese “dejarse hacer”, pide sosiego; pide tiempo para “estar”; y dejar que la acción del Espíritu fructifique en nuestro interior.

Para entrar en oración, es necesario pues, apearnos del tren de la prisa y subirnos al tren del sosiego. Esto no quiere decir que dejemos de hacer todo aquello que tenemos de hacer, pero desde la paz interior y la serenidad. Hemos de pedir al Espíritu Santo que nos envíe más misioneros del sosiego, hombres y mujeres que den testimonio de una vida sosegada y en paz. Porque la paz y la serenidad no son sólo fruto de nuestro esfuerzo o de nuestra voluntad; necesitamos también de la acción del Espíritu en nosotros; y para que ésta se dé, hemos de darle tiempo y espacio.


María  Aguilera

Socióloga

Valencia - España




CAMINAR JUNT@S


La gran conversión que supone el Sínodo

Ha empezado la primera fase del Sínodo convocado por el Papa, y estamos invitados a ponernos en diálogo para responder a las preguntas sobre cómo discernimos juntos los signos de los tiempos, cómo es el ejercicio de la autoridad, la escucha de la sociedad y de las personas alejadas. Pero mirando sobre todo hacia el futuro: qué vamos a hacer para aprender a caminar juntos, a escuchar juntos al Espíritu Santo, y movernos al unísono sin recurrir a la uniformidad o la fuerza.

Esta iniciativa sinodal implica, para todos, un enorme paso de conversión: para caminar juntos con libertad corresponsable es necesario renunciar a las luchas de poder. Abandonar la tendencia a dominar a los otros, desencantarnos de los oropeles del prevalecer sobre los demás. Y eso, todos/as. La lucha de poder no es más masculina que femenina. No es propia de unas u otras culturas. Es una tentación perennemente humana que reviste mil formas: desde el autoritarismo hasta la seducción. Y resuenan siempre las palabras de Jesús: “No sea así entre vosotros… El que quiera ser el primero, que sea vuestro servidor (Mt. 20, 26).” Tod@s últim@s, sirviéndonos mutuamente y sirviendo a las personas más vulnerables. Pero siendo, sobre todo, un solo corazón que sintoniza con el de Cristo.

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