No hacerse cargo de la ternura
Es difícil escribir desde otro lugar que no sea el que permea el alma, desde lo que toca el corazón y se constituye en el objeto de la reflexión de cada cual.
Es así como, en estas líneas, desarrollaré lo que he comprendido acerca del vínculo, el enlace entre dos o más personas que posibilita mantener viva la esperanza, que es invitación a vivir con otros -y no solo eso- también a establecer lazos que permiten ver, “tocar” realidades distintas a las propias, entendido esto como la explicitación de la comunicación efectiva y afectiva, que es lúcida ante los miedos y los fantasmas propios y del otro y, aunque no los haga desaparecer, es facilitadora a la hora de superar la indiferencia y tiene como resultado, en su mejor expresión, generar el afecto y explicitarlo y de hacer que nos relacionemos desde un anclaje emocional en proceso de madurez.
Dado mi trabajo en una institución que trata a niños con lesiones de quemaduras, me es recurrente constatar que siendo la piel el órgano más extenso que tenemos, es también el órgano más conectado con la realidad del medio, con el clima, con la adversidad; con la alegría, con la sanación humana integral y con la sensación de bienestar o, por el contrario, de malestar.
Ser capaces de vincularse con seres heridos, con cicatrices, más allá de espantar, habla de que somos aptos para descubrir el alma por entre la piel y, cuando somos nosotros los heridos, -ya no me refiero a la quemadura, sino directamente a nuestra fragilidad- generamos profundidad y posibilidad de sostener procesos de aprendizaje personal y grupal.
En un artículo anterior, a propósito de practicar soledad y silencio escribía: “Silencio, como medio para favorecer la soledad que, a su vez, acrecentará nuestra vinculación con nosotros mismos, con otros y con el medio que nos rodea. Sin embargo, no se trata de un vínculo cualquiera, sino del que nos hace más persona, cuyo motor es el amor y que, en definitiva, permite posicionarse más allá de las apariencias de estar inserto frívolamente en cualquier realidad, más allá del placer o del dolor.
Vincularse es permanecer, acompañar, entregar tiempo y atención y también recibirlo. Es en el silencio y en la soledad (no egoísta, sino en libertad) donde se fragua esta motricidad fina del alma”. El vínculo personal y único que puede darse entre dos personas que se saben limitadas por su condición humana, pero acompañadas e incluso sanadas por ese otro ser, tan vulnerable como él mismo, nos hace restablecer relaciones, estructurar y sostener procesos que permiten crecer y evidenciar la capacidad de amar hasta, incluso, “tocando la piel herida" ¡Cuánto más si por medio de esta vinculación llegamos a vivenciar que aquél o aquellos con quienes nos vinculamos son una muestra única e irrepetible, singular y de incomparable valor!.
Esto último da cabida a un siguiente paso al relacionarse con otros: la ternura.
Si, cuando estamos heridos, vincularnos con la
vulnerabilidad posibilita, incluso, amar y contener sin tocar, al ir sanando emocional, física y
espiritualmente, descubrimos otra gran característica nuestra: la ternura.
La ternura permite hacer interpretaciones sin
juicios, develar y develarnos y faculta para la adultez humana. No hacerse
cargo de la ternura es dejar algo por decir y deslegitimar o desconocer la
propia necesidad de ser acogidos con gestos concretos.
El autor Francesc Torralba, en su libro La ternura lo dice de esta forma: “la ternura no es una cosa ni un objeto. Evoca un tipo de vínculo. Entre el padre y el hijo, entre dos ancianos sentados en un parque, quién sabe si también entre un monitor y un interno de un hospital psiquiátrico. Muy bien representada en escenas de la pintura y la escultura, la ternura constituye un vínculo muy frágil, pero también se convierte en un pellizco en el corazón. Es fundamental en las relaciones humanas, aunque sólo nos damos cuenta cuando falta”.
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No hacerse cargo de la ternura es dejar algo por decir, es dejar que nuestros vínculos carezcan de dulzura, de delicadeza, de cuidado, de humanidad.
Soledad Mateluna Páez
Santiago de Chile
Miembro de la Colegiata de Nuestra Señora del Cielo
CAMINAR JUNT@S
8. Autoridad y participación:
Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. Donde cada persona pueda aportar sus carismas, su visión específica y ámbito de especialidad.
¿Cómo hacemos para identificar los objetivos que deben alcanzarse, el camino para lograrlos y los pasos que hay que dar? ¿Nos parece adecuado el modo como se ejerce la autoridad dentro de nuestra Iglesia particular / Congregación / movimiento? ¿Trabajamos en equipo y de modo corresponsable? ¿Tenemos espacios de discernimiento en común?
MEDITACIÓN
Sol de luz y de esperanza. Tus palabras resuenan en mi corazón, pulso amor para tí, para que tengas un poquito más para entregar.
ResponderEliminarEn gratitud